16 noviembre 2016

“SOY DRÁCULA”. Análisis paranoico-crítico de la canción de Fabio Mc Namara sobre vídeo de César Vulcano


El enlace al vídeo de YouTube  subido a la red por César Vulcano sobre la canción de Fabio Mc Namara puede verse pinchando aquí.

Vídeo y canción han inspirado el texto que continúa.

            Comenzamos el análisis paranoico-crítico (al estilo daliniano) fijándonos en el sexo borroso –borrado con aerógrafo, sospecho- de las dos chicas gogós que bailan enjauladas, una rubia y otra morena. No sólo se difumina, borroso, su sexo, surco fértil, imán de muerte y de placer, sino también sus pechos, e incluso todo su cuerpo, que se sospecha desnudo, y que por obvias razones censoras de decencia virtual debe ser cubierto por una tenue capa de vestido imaginario. De hecho, además del ocultamiento falaz del sexo –lo único importante en su baile- está el enclaustramiento en una jaula, también ficticia y televisiva. El baile, cargado de energía sensual y violenta –el sexo siempre es violento porque no atiende a las buenas costumbres-, está “reprimido” como todo lo que a continuación el espectador contempla alucinado en el vídeo creado por César Vulcano, utilizando escenas del espectáculo “The Rocky Horror Picture Show”, con un personaje travesti siniestro, embutido en cuero negro, vampírico, de mirada fija y delirante, e imágenes de conciertos y desfases diversos del propio Fabio Mc Namara –que tiene mecanismo de mujer- y Almodóvar, en sus años más enloquecidos.

            El sexo “reprimido” impregna toda la canción de esta vampiria donde la sangre de la vida es la vida, vida mía, imposible de vivir para un vampiro, porque lejos de estar muerto transcurre condenado por toda la eternidad sin sangre propia, sin sexo. Un vampiro, por definición, es un ser no muerto y no sexual, incapaz de engendrar e incapaz de sentir placer, porque toda vampiria está operada, castrada, emasculada, extirpada del tronco de toda creación, de todo engendramiento, de toda linga sagrada. El baile frenético de las dos gogós bacantes, que hacen oscilar sus dos pechos generosos arriba y abajo, mientras mueven sus caderas, enjauladas en un recinto sudoroso, culpable y puteril, nos lo recuerdan. Todo placer es imposible, porque Drácula carece de sangre, es una mujer operada, y como hombre es una completa falsificación, pero también es una gran amenaza para quien lo contempla porque sus ojos y su cuerpo, que carece de sexo, son la pura encarnación del deseo, la pura inyección en sangre de la linga que simboliza, y que completa el sexo oculto, difuso y tapado burdamente de las ansiosas gogós en su baile libidinoso.

            Tres niveles de salmodia en la canción, superpuestos, dos de ellos deformados auditivamente al extremo, nos golpean y recuerdan el peligro mortal que supone aspirar al sexo sin la muerte, porque la conquista de lo oculto, lo borrado y lo difuso, supone cruzar todas las fronteras razonables del peligro: beber sangre. Me hago un batido de sangre con puros mejillones en caviar, dice la ordinaria travesti que es Drácula, que es la encarnación de toda castración y de todo sexo reprimido, y al que aspiran a besar todos los honrados padres de familia cuyos hijos esperan su retorno al salir de las oficinas siniestras. La sangre es la última frontera, como el semen, como el flujo vaginal. No necesariamente es muerte, pero el sexo atraviesa por la muerte, incólume, sin mancharse, llenando de placer al iniciado que baila, frenético y travestido, engañando en un artero trampantojo al macho que ignora que el auténtico objeto de deseo es él.

Porque el hombre siempre puede ser la mujer. Y eso es algo que horroriza al macho, pero no al vampiro hermafrodita que sabe que la sangre es vida, vida, vida, vida mía, porque el amor, sin embargo, es una mezcla de sangre, sudor, semen, penes y vaginas o una mezcla de ambos. La mujer aspira a sentir un pene propio –castración misógina freudiana-, para estar todo el día tocándoselo. El hombre aspira a tener vagina, sentir la ausencia social –negación del falo redentor- y sentir el propio engendramiento ajeno. Y en tierra de nadie, los maricones, las bolleras, el lenguaje queer tan querido de la travesti ordinaria. “Eres y serás siempre divina, maricón”, le dice César Vulcano a Fabio Mc Namara.

Este juego equívoco continuo de identidades y sexos entremezclados no quiere nada respetable, porque el placer del vampiro está en llevar al mismo territorio a la bella o al bello que, vivos, se resisten a cruzar el umbral de la no vida, para entregarse a la lujuria de la sangre, el semen y el sudor, absoluto camino sin retorno, de lo más íntimo y tabú, fuente de toda prohibición y manantial de toda enfermedad a la que los vampiros son inmunes. Y de toda delincuencia okupa, porque además de ser Drácula y estar operada y tener mecanismo de mujer, ni siquiera paga el alquiler. De la tumba, piso en la vida eterna pútrida de un cementerio abandonado de un Fondo Buitre que jamás obtendrá rendimiento económico alguno.

El acto sexual irrealizable es, pues, la única idea fija que atraviesa toda la canción, machacona y obsesivamente, por el travestismo y la violencia de lo oculto y disfrazado por la apariencia de cordura que todos los personajes manifiestan y exorcizan con la cruz, finalmente, que trae la luz y aleja la oscuridad, y que destruye las dudas y disfraces que el macho y la hembra poseen en su esplendor natural y separado, y que irrevocablemente lanzan la linga y la sacra vulva de nuevo al abismo freudiano y oscuro de lo oculto, de la memoria, donde todo se olvida y se borra gracias a las leyes, normas, rezos y terapias. Un último grito de rebeldía manifiesta la vampira travesti de Fabio, que encarna todo deseo y toda aspiración suprema de masculinidad: Soy Drácula y estoy operada, y tengo mecanismo de mujer, estoy en mi morada, y no pago el alquiler, y no pago el alquiler.

Agradecimientos:
A nuestro genio Salvador Dalí, por supuesto.
A Fabio Mc Namara, por ser una auténtica star, la mayor diva y personaje central de La Movida.
A César Vulcano, por haber captado perfectamente la canción de nuestra estrella y haberlo plasmado en ese fantástico vídeo.


©  José María Herranz Contreras

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