NAZARIO. LA VIDA
COTIDIANA DEL DIBUJANTE UNDERGROUND.
(Comentario crítico a la biografía
editada por Anagrama.)
La figura de Nazario es fundamental
en la contracultura española, durante la época de la Transición y los años 80 a
90. El descubrimiento de su obra en mi caso vino en el año 1977de la mano de “El
Víbora”, cómix para supervivientes,
como así rezaban sus portadas, y su personaje más emblemático entonces, Anarcoma, un detective mezcla de
travesti y Humphrey Bogart, que buceaba por el submundo gay y mostraba al público
una realidad oculta. Y ciertamente yo era un superviviente en una época tan
hostil como la del posfranquismo donde los disidentes respirábamos el aire
fresco y liberador de los libros, cómics, películas, clubs de ambiente y de modernos, filmoteca, museos y otros espacios
y lugares en los que descubríamos la auténtica vida y la libertad más allá del
ambiente opresivo y la carcundia que invadía prácticamente todo el espacio
social que nos rodeaba.
Leer la biografía de Nazario Luque ,
publicada por Anagrama (Nazario. La vida
cotidiana del dibujante underground), ha sido una experiencia mucho más que
placentera y enriquecedora: ha sido una revelación, un fresco certero y
testimonial de tres décadas fundamentales en la historia española, los años 70,
80 y 90. Además, estas memorias son una vindicación de Barcelona como eje
cultural frente a Madrid en los años de la transición, cosa que yo, como
madrileño, desconocía, puesto que los mass media han transmitido la idea de que
la Movida madrileña de los 80 fue la
que inauguró la modernidad en España, cosa absolutamente falsa, porque antes
estuvieron los jóvenes hippies contraculturales en los 60 en Ibiza y Almería, y
en los 70 sobre todo en Barcelona (por no hablar de los 50 en Mojácar e Ibiza,
auténticos pioneros en acoger los primeros beatniks, intelectuales y artistas extranjeros
en nuestro país). Y la influencia de la Barcelona libertaria y contracultural
de los 70 en el tejido social español fue incuestionable, aunque soslayada por
los medios.
Escrita
de una forma anárquica, desordenada, con saltos en el tiempo hacia delante y
atrás, conducida por tenues hilos conductores, pero fundamentalmente guiada por
la emoción y su impronta en el narrador, esta autobiografía recrea la vida de
una generación de personas auténticamente libres, inconformistas, que se
atrevieron a romper con todas las normas sociales en medio del tardofranquismo,
sin miedo alguno a las fuerzas vivas del
orden, no sólo familiares y policiales, sino fundamentalmente sociales,
absolutamente contracorriente. En muchos aspectos me ha recordado a “El peso de
la paja”, las memorias de Terenci Moix
publicadas en 3 volúmenes, donde recorre los hitos culturales, artísticos y
sentimentales, de la España de la posguerra, los años 60, la Transición y la
modernidad. La diferencia con esta vida
cotidiana de Nazario es, por un lado, el rigor literario con que Terenci
escribió sus crónicas, y por otro el objetivo de ambas. Terenci Moix fue un importante
intelectual y escritor español gay –intelectuala,
diría Nazario-, que analiza todo a su alrededor mientras el amor y el sexo se
le escapan: su obra nos llega mediante el pensamiento, el análisis y la reflexión.
Y Nazario es un dibujante, pintor y escritor, libertario y más próximo al
ambiente canalla, que se sumerge sin ambages en la vida apurando valientemente
la copa del placer y el sufrimiento: su obra se dirige más al corazón y a las
tripas del lector. Lo que en Terenci Moix es observación teórica y distante,
temerosa, en Nazario es sexo, embriaguez y drogas, puro antiautoritarismo y
rebeldía. De todos modos, en estas crónicas los defectos de estilo y la
escritura anárquica se disculpan en aras de una inmediatez comunicativa y
emocional que nos llega directamente del texto al corazón.
Asistimos así al exilio del artista
de Sevilla a Barcelona en el año 1972, en busca –como tantos gays y lesbianas-
de la libertad que una gran ciudad como aquella entonces podía darle (por
cierto, de este exilio poco se habla, pero es al que habitualmente se ven
forzados tantos jóvenes LGTB desde las pequeñas poblaciones hacia las grandes
ciudades, eso no ha cambiado). Pero Nazario era alguien más que un maricón –él gusta de los términos queer,
no de lo políticamente correcto-, era un artista dispuesto a vivir del arte y
la creación. Tras abandonar un respetable puesto de maestro funcionario en un
colegio de las afueras –para alivio de su director y decepción de unos alumnos
que le adoraban y a los que enseñaba, en vez de dibujo, el uso del preservativo
y hablaba sin tapujos de sexo con ellos-, aterriza en un apartamento humilde de
la calle Comercio y finalmente de la Plaza Real, junto a las Ramblas y el
barrio chino, epicentro de putas, maricas, rateros y delincuentes, y por supuesto,
los y las artistas. Como buen charnego, su relación con la zona alta y pudiente
de la Barcelona es casi nula, aunque ocasionalmente, a lo largo del tiempo,
viene de la mano de los hijos díscolos de
esos burgueses, amigos artistas y admiradores que más adelante serían auténticos
personajes de la cultura barcelonesa: Javier Mariscal, Ceesepé, Pilar Tomás,
Marta Sentís, Miquel Barceló, Pepichek, Montesol, Miguel Farriol, Max, Onliyú,
Alberto Cardín, Eduardo Haro Ibars, con toda su cohorte de novios y novias, y músicos
como Imán, Lluis Llach o Pau Riba. Y del lado canalla, sobre todo Ocaña, madame Ocaña –un mítico transformista,
parte esencial de los barrios bajos barceloneses y las Ramblas, que fue
personaje muy querido y popular durante los 70 y 80-, su comparsa Camilo, y el
novio –más tarde marido- de Nazario, su inseparable Alejandro.
Un episodio memorable es la detención
de Ocaña, Camilo y Nazario travestidos en la primera manifestación gay de España,
ilegal, celebrada en Barcelona, en 1977, y su encarcelamiento en la Modelo de
Barcelona, en aplicación de la Ley de peligrosidad social, donde pasaron una
semana y tuvieron una relación más que cálida con los presos, y donde también
tuvieron contacto con la coordinadora COPEL que luchaba por la amnistía
general, no sólo de los presos políticos sino también de los comunes. A su
salida de la cárcel fueron recibidos como héroes por los colectivos libertarios
y gays (la izquierda en general no apoyaba las vindicaciones gays, sólo los
libertarios y los trotskistas lo hacían entonces). La noticia se divulgó por
todo el país, y fue un hito en la lucha por las libertades generales democráticas.
El libro no hace concesión alguna a
la censura, ni a los claroscuros de una vida íntegramente dedicada al arte y la
absoluta libertad, rechazando de plano y de lleno una vida “normal” dedicada al
dinero y la prostitución existencial y moral como hace el común de la mayoría,
que disfruta de vidas “ordenadas” y profundamente mezquinas. Describe el
hambre, la casi indigencia, que pasó durante sus primeros años en Barcelona, hasta
que logró vivir mínimamente de su trabajo artístico. Navega por el alcoholismo,
las drogas y el sexo desaforado. Cuenta la vida anárquica y sin embargo
enormemente solidaria de las comunas tan en boga en los años 70, donde el
alojamiento, la comida, el cuidado de los hijos, el dinero y la ayuda se
proporcionaban unos a otros desinteresadamente, sin ningún tipo de
contraprestación, y gracias también a la generosidad de esos enfants terribles de la burguesía
catalana que acompañaban a los outsiders
como Nazario y Ocaña. También nos habla de los hitos creativos y artísticos que
marcaron la época de la Barcelona preolímpica, y que ellos fundaron. También
cuenta sus relaciones con las mujeres, amistosas y sexuales, pues en los 70 y
los primeros 80, los progres y los hippies abrazaban sin complejos,
generalmente, la bisexualidad ocasional, tanto homos y lesbianas como los
heteros, era algo muy habitual. También describe lúcida y terriblemente el
infierno de la heroína en que cayeron muchos y muchas de sus amigos y amigas,
sobre todo del círculo de los hijos díscolos
de los burgueses, y cómo la epidemia del SIDA, que entonces comenzó a
propagarse, diezmó en poco más de una década a toda una generación de la que
tanto Nazario como su novio se libraron por ser conscientes desde un principio
y de forma militante del uso del preservativo. Por cierto, describe sin tapujos
el libertinaje sexual y emotivo que también practicaban desaforadamente todos
sus amigos del mundo hetero –no solamente eran los maricones los señalados por las mentes bienpensantes-. Y
finalmente, la entrada oficiosa en la especulación urbanística, la corrupción
política y la gentrificación que cambió el centro de Barcelona con las
Olimpiadas en los 90, expulsando definitivamente a los artistas, los pobres, los
inmigrantes y los progres hippies de las comunas, excepto a los que, como
Nazario, pudieron comprar los pisos donde vivían de un modo u otro pagando
precios exorbitantes. Hasta llegar al presente, como un auténtico
superviviente, tras haber vivido con plena libertad y desarrollar una obra
enormemente creativa e influyente para toda una generación. Vida ejemplar,
también, en muchos aspectos, por su carácter transgresor, por haber sido dueño
de su tiempo, por haber desarrollado una misión artística, y por no haber
pagado el peaje de lo convencional, tan destructivo y cruel a medio y largo
plazo, como el común de los honrados ciudadanos. Afortunadamente, Nazario ha
recibido algunos premios y reconocimiento a su labor artística, tanto en
Barcelona como en Sevilla, y en su localidad natal. Es lo mínimo, en un país
como el nuestro que maltrata tanto a sus artistas, y a los que no apoya económicamente
en absoluto para el desarrollo de su trabajo o para una mínima y digna
supervivencia, pero cuyos representantes se vanaglorian cínicamente de decir
que apoyan e impulsan la cultura.
Laureado seas, Nazario Luque, como
los jóvenes héroes griegos: la vida era esto
pues, mereció la pena.
© José María
Herranz Contreras
No hay comentarios:
Publicar un comentario