El 5 de junio de 2014 se inauguró en París la muestra "Legado español" de los pintores Pedro Monserrat Montoya y Rufino de Mingo. Copio a continuación el texto de mi presentación para el acto de apertura.
Presentación para la exposición “Legado español”, de Rufino de Mingo y Pedro Monserrat
París,
5 de junio de 2014
Buenas
tardes. Hoy, aquí en París, en la “Galerie du Colombier”, espacio regido por
Jeane Casaril, inauguramos exposición de dos artistas muy diferentes en técnica
y en temas, pero que comparten la nacionalidad española y una profunda amistad:
Pedro Monserrat y Rufino de Mingo.
“Legado
español” es el título escogido por Pedro Monserrat para su muestra. La serie de
pinturas que Monserrat ha escogido para esta ocasión componen el legado, la
herencia, que el pintor propone para su primera exposición en Francia, y
pertenecen a una serie figurativa de guache, pastel, acuarela y lápiz de color,
que abarca desde los años 1995 hasta la actualidad, cuyos temas, aunque pueden
describirse como “espirituales” o “étnicos”, trascienden más allá de esta
descripción.
Las figuras
–los seres humanos, animales y plantas- que pueblan estas pinturas son “almas”,
“llamas”, “energía”, sin rostros, “pura forma humana” que manifiesta el
carácter luminoso y sagrado de la existencia. Formalmente, Monserrat es deudor
del cubismo picassiano, y su obra podría calificarse dentro del simbolismo y el
expresionismo. Su estilo recuerda también a algunos clásicos españoles y
franceses (como El Greco, Cezanne o Chagall), el primitivismo étnico, e incluso
la pintura rupestre, tan admirados por los primeros cubistas, y evoluciona
hacia una cierta abstracción personal, sin abandonar nunca la figuración. Todo
esto se puede rastrear en su pintura. Respecto a los motivos, el tema
“espiritual” o “religioso” que el pintor escoge para ilustrar pasajes bíblicos
o del nuevo testamento –con especial atención a la figura del sacrificio
crístico en la cruz-, y con una fusión de los textos sagrados en sus lienzos
(algo que este pintor suele ejecutar, al modo medieval), no debe confundir al
espectador acerca de su intencionalidad. Esta espiritualidad que impregna su obra está imbuida de una
sacralidad laica y también universal: el mundo es luz, color, energía,
aparentes “formas” que continuamente se enlazan e interactúan unas con otras, y
que sorprendentemente nos hacen pensar e interrogarnos acerca de nuestra frágil
identidad. Parece que el pintor sugiere que somos seres fragmentados a la
búsqueda del amor (pensemos en esas figuras de pecho doble o unidos como
siameses), o que sólo somos “formas” frágilmente dibujadas que se van a
transformar y fundirse en el “todo” del mundo, impregnados de luz y energía.
Sus pinturas transmiten serenidad, una serenidad que otorga un tratamiento
certero de la luz y el color –un pintor, no lo olvidemos, es ante todo un
“maestro del color”-, y un magistral dominio de las reglas clásicas de la
composición. Porque Pedro Monserrat es un autor clásico –en el sentido de
“intemporal”- cuya obra está llamada a permanecer, ajeno a modas y tendencias,
y que además supone una excelente inversión: su obra ha sido reconocida
nacionalmente con numerosos premios y menciones, y abarca tanto el pequeño como
el gran formato, el óleo, el acrílico, la acuarela, el grabado y el repujado en
diversos soportes, la pintura sobre tabla y sobre fragmentos de maderas (al
estilo de los iconos rusos, bizantinos y románicos), la xilografía, los libros
de artista manuscritos con textos filosóficos, religiosos, y poemas propios,
etc. Porque debo señalar también que Monserrat es, además de pintor, gran
lector de poesía y poeta –aunque a él no le guste definirse así, él se
definiría a sí mismo como “aprendiz de poeta”-, con un libro publicado
(“Respuesta a Scardanelli”).
Hasta aquí
mi presentación referente a Pedro Monserrat.
Rufino de
Mingo, el otro artista cuya obra inauguramos hoy aquí, es un icónico pintor y
escultor encuadrado generacionalmente en el “Grupo Caos” de la años 80, y en el
movimiento underground de “La movida madrileña” que fue extraordinariamente
creativo y fértil en el diseño, la moda, la ilustración, la pintura, la música
y el cine, en aquella década mágica y tan importante para España. Aunque desde
los años 50 España poseía un importantísimo grupo de pintores y tendencias, tanto
en el figuración como en la abstracción o el informalismo –con un fuerte
componente de crítica social-, no olvidemos que en aquellos años España
disfrutaba de un gobierno progresista (recién terminada la dictadura
franquista), y existía un deseo generalizado de libertad y una creatividad
exultante, que contrastaba enormemente con la corriente neoconservadora que
entonces reinaba en el resto de Europa. El “Grupo Caos” integró figuras
importantísimas del underground español, como Tino Casal (músico), Fabio Mc
Namara (travesti, músico y pintor, enormemente influido por Andy Warhol y
Divine), Antonio del Toro (pintor), Alaska (cantante), y Paco Clavel
(transformista, pintor y showman), todos también en contacto con Pedro
Almodóvar (director cinematográfico). Ese conjunto de artistas bebió e hizo
propias las consignas y postulados del pop (“háztelo tú mismo”, “todo el mundo
puede disfrutar de un minuto de fama”), con un fuerte carácter iconoclasta en
el ambiente cultural español existente entonces, como por ejemplo la
visibilización de la libertad sexual y la realidad homosexual, la crítica a la
religión, la cultura queer, y la estética kitch.
En esta
serie concreta de pinturas acrílicas sobre lienzo de Rufino de Mingo podemos
apreciar una temática común, con un fuerte componente de crítica social: las
alambradas. La influencia en su trabajo del artista y activista social Keith
Haring es evidente. Las figuras de De Mingo son figuras normalmente sin rostro,
con los ojos vendados (“todos vivimos ciegos”), y desnudos, que se nos muestran
“al otro lado” de la alambrada. El espectador y el sujeto de los cuadros están
separados por dicha alambrada: una frontera clara y definida separa a los
pobres y a los ricos y a la clase media. También podemos apreciar el tema tan terrible
de los inmigrantes africanos que intentan saltar la valla y las alambradas de
Melilla (la ciudad española en Marruecos) que separa Occidente del tercer
mundo. También alude al carácter destructivo e inhumano de algunas
instituciones políticas, como el FMI (Fondo Monetario Internacional) que se
transforma en FAIM (Hambre). La reflexión sobre “la alambrada” nos remite a la
idea de “frontera”. El mundo occidental marca sus “fronteras” económicas y
políticas drásticamente, para que existan ciudadanos de primera categoría, y un
conjunto de esclavos, normalmente inmigrantes. Pero estas pinturas remiten
también al carácter engañoso de dicha “frontera” que marca la “alambrada”: el
espectador puede ver a “los pobres y los marginados” en la pintura, “al otro lado
de la alambrada”. Pero la alambrada también nos indica que nosotros mismos –los
espectadores- estamos presos en nuestras respectivas cárceles, separados por
esos “marginados” que viven, muchas veces, una vida más auténtica que la
nuestra. Porque los raros, los queer, los homosexuales, los travestis, los
clochards, nos hacen reflexionar sobre la realidad y sobre las consecuencias
políticas y económicas de nuestro estilo de vida.
La obra de
Rufino de Mingo ha sido expuesta en infinidad de galerías y espacios españolas,
y actualmente se encuentra también en los fondos de la Fundación MAPFRE (gran
empresa española). Asimismo, De Mingo ha participado en performances del “Grupo
Caos” y en exposiciones multidisciplinares.
Disfruten de
la obra de estos dos pintores. Son una buena muestra de la calidad y la
fortaleza de la pintura española. Muchas gracias.
José María Herranz Contreras.
París, junio de 2014.
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